Francisco Algaba, desde su niñez dio muestras de sus aficiones musicales. A los nueve años tocaba ya asombrosamente la flauta, posteriormente la guitarra a los once y a los dieciocho hacía sonar prodigiosamente el violín. Su maestro en estos instrumentos el director de la banda municipal de música de Castro del Río, José Díaz Carretero. Con el tiempo aprendería armonía, composición e instrumentación, de manera autodidacta, valiéndose de métodos sin intervención de profesores. Su presencia y colaboración es una constante en cuantas manifestaciones musicales, bien de carácter religioso o profano, tienen lugar en Castro del Río durante las primeras décadas del siglo XX.
Su gran apuesta para ese año de 1918, haciéndola coincidir con el cargo honorífico de hermano mayor para el que es elegido, es el estreno durante los oficios del Viernes Santo en la Parroquia del Carmen del oratorio en tres partes y un epílogo titulado “El Calvario” de su propia autoría en colaboración del también músico local Daniel Rodríguez Navajas, con letra del propio Algaba, Diego López Priego y Francisco Álvarez Yuste.
Para tal evento, tirando de influencias y de cartera, se hace del concurso del profesor de la Escuela Provincial de Música de Córdoba y virtuoso violinista, don Pedro Villoslada y Torres, y del joven tenor Baldomero Jiménez Nevado.
También se ocupa de como se ejecutaba el tradicional cruce de guiones en la calle Corredera:
“A las tres de la tarde se encontraba toda la calle Corredera y el Llano del Convento llenos de fieles que lucían sus mejores galas. Se formó la comitiva que, partiendo de la casa del hermano mayor, había de recoger al clero parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, para en unión de autoridades y Ayuntamiento, regresar a la iglesia del Carmen para asistir a la celebración de la fiesta religiosa.
Se componía en aquellos momentos la comitiva de una escolta de romanos, la banda municipal, vistiendo asimismo los músicos trajes romanos, y otra escolta de caballería, ataviada en igual forma que la anterior. La música batió marcha y la comitiva emprendió su recorrido. Habiendo recogido a los elementos antes indicados, a las cuatro de la tarde apareció por la Plaza la comitiva en pleno, con majestuosidad indescriptible. De esta manera recorrió la Corredera, efectuándose al final de la misma el cruce de guiones y entrando todos en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen para oír la santa palabra del ilustrado y elocuente orador sagrado, Padre Mediavilla, superior de la orden del Corazón de Maria, en la iglesia de San Pablo de Córdoba, y el poema titulado “El Calvario” ya referido”
A finales del1929, María Algaba, su joven y única hija, que en el mes de abril había contraído matrimonio con el también joven y abogado José Luís Fernández Castillejo (hijo del exdiputado José Fernández Jiménez), fallece como consecuencia de complicaciones surgidas tras el alumbramiento de su hijo.
Francisco Algaba, lleno de dolor, se refugia en la música y compone un "Oficio de difuntos" en memoria de su hija, ejecutado por una orquesta y cantores de Córdoba y Castro del Río, en las honras fúnebres celebradas en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen de esta villa. Su amigo Gómez Camarero dirigió la orquesta.
El oficio desde el principio al final es un autentico gemido de dolor. En 1936 el autor conservaba celosamente estas partituras, porque fueron sólo y exclusivamente escritas para su hija.
Doy por hecho que las solemnes y majestuosas marchas fúnebres “Pobre hija mía” y “El Cristo del Carmen” (pinchar enlaces para escuchar) pertenecientes al maestro Algaba, que desde la reestructuración de la cofradía del Santo Entierro, realizada durante los años cuarenta, forman parte indisoluble de su desfile procesional, están entresacadas de aquel “oficio de difuntos”. Desconozco si ya fueron interpretadas en vida de su autor, o se incorporaron con posterioridad a su muerte cuya fecha exacta no puedo precisar. Aun vivía en 1942 cuando ingresa en la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, con un discurso de recepción titulado “Origen y arte de los juglares músicos callejeros”.
Durante la convulsa década de los años treinta Francisco Algaba traslada su domicilio a Córdoba, para poder estar cerca de su único heredero, su nieto José Luís.
En el año 1933 le encontramos ya plenamente relacionado con el mundillo musical de la capital, cuando se hace cargo de la presidencia efectiva del Centro Filarmónico Eduardo Lucena.
Habida cuenta que entre los años 1932-1934 no procesionaron las cofradías castreñas, exceptuando el incidental amago protagonizado por la del Santo Entierro en la primavera de 1932 , o bien pertenece al año 1935, en que sí lo hicieron todas, o tenemos que retrotraernos a la década de los años veinte, cuando a raíz del impulso musical dado por el Maestro Algaba a la Semana Santa, al que nos hemos estado refiriendo, debió de generalizarse la presencia del coro de capilla en sus desfiles procesionales.
Fuente: Blog “de Castro ero y bailar no sepo”.
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